domingo, 24 de diciembre de 2006

-Últimamente tengo muchas cosas en la cabeza. Pero no a ti.
No fueron miradas lo que hubo entre ellos en los instantes próximos que los alejaban, lentos pero incesantes, infinitos y efímeros. Fueron gritos de dolor, gritos de placer; gritos de cordura y de locura; gritos… que asfixiaban por su ausencia, mientras sus ojos agonizaban por el insoportable ruido de la nada.

miércoles, 20 de diciembre de 2006

Nueve años. Qué rápido suena "nueve años", no es costoso de decir, no se traba la lengua, como cuando dices "esternocleidomastoideo" (o cómo quiera que se diga), es sencillo. Pero miro atrás, y lo trabado es la memoria, la sensación... ¡qué vértigo! Me resulta tremendamente paradójico que estos dedos no sepan qué decir al pensar en ello, quizá sean muchos "143" cogidos, o muchas horas, por no decir muchas cosas vividas (es tan típico que suena feo!), tantas que se hacen una madeja de lana imposible. Pero entonces, nítidamente, sólo encuentro el día de ayer, el de hoy... y noto que sigue siendo como aquel día que subí contigo a un autobús; y entonces me da por reír, y me doy cuenta de que te quiero más de lo que pensaba hace unos minutos. Vaya, ¿he usado ese verbo?

sábado, 9 de diciembre de 2006

-Hazlo.
-Pero... ¿por qué?
-Ya está hablado. Y sabes que si no fuera bueno para tí no te lo pediría.
-¿Lo sé?
-¿Me crees?
-Sí.
-Lo sabes. La camiseta, por favor.
No obedeció al instante, continuó mirándolo unos segundos. Él intentaba mostrar seguridad, confianza. Ella no pretendía mostrarle nada; tenía tanto miedo que no sabía fingir. Pero lo hizo: cruzó los brazos, agarrando la prenda por la cintura y elevándola hasta pasarla por su cabeza y quedar un poco más indefensa, un poco menos segura.
-Muy bien. Ahora mírame, no dejes de mirarme.
Alzó la cabeza lentamente, después la mirada . Y lo vio. Él permanecía inmóvil, consumía el cigarro sin apartar los ojos de ella, se olvidaba de pestañear y su cara se había transformado en frío y duro mármol.
-¿No vas a decir nada?
-No.
-¿Por qué?
-¿Hay algo que decir?
-No. Continúa... Ahora el pantalón.
La habitación crecía por momentos, tanto que notaba que por mucho que corriera no podría salir de allí, quizá por eso se quedó totalmente quieta. Había perdido la noción del espacio, y la del tiempo; la suya propia. Sin embargo comenzaba a notar la brutal hostilidad que produce el miedo, la fuerza con que dota tras debilitar.
-¿Es necesario? Piénsalo...
-...
-No, ni tú ni yo tenemos tal necesidad.
-Tú sí.
-¿Necesidad? No.
-Si no lo fuera no estarías temblando.
Entonces desabrochó el botón de los vaqueros, imitando mentiras con los dedos. Bajó la cremallera y los deslizó por sus piernas hasta dejarlos en el suelo. Liberó sus pies, convertidos en lo único que era capaz de mirar.
-Ya está...
-Eres preciosa.
-Cállate.
-¿Qué?
-¡Que te calles joder!
Escuchó los huesos de su cara crujir, incluso sintió el dolor de un golpe... pero tan sólo fueron tres palabras. Heroicamente, se obligó a no perder la firmeza por los ojos. Encendió otro cigarrillo...
-Al menos podrías haberme mirado a los ojos.
-Te hubiera dolido más.
-Gracias por seguir queriéndome.
-¿Cuánto hace?
-No sé.
-Yo tampoco lo recuerdo.
-¿Y eso qué importa?
-Nada. No he dicho que importase.
-¿Me quieres?
-Sí, creo...
-No puedo quejarme; el sí ha salido primero.
-Pero continúas.
-El motivo es el mismo.
-Te equivocas. Tú no haces esto porque me ames.
-No. Pero te quiero.
-Durará poco.
-Sí. Sigue por favor.
-Ya no me importa...
No era resignación, pero sabía lo que decía su cara porque él sentía lo mismo. Completamente desnuda, pequeña, insignificante, frágil, temblorosa, sóla, y prendida, por un hilo, de un trozo de duda... pero levantó la cabeza y volvió a mirarlo; su cara había cambiado, ya no era mármol, ya no era frío, ni duro...
-¿Te sientes mejor?
-Sí.
-¿Por qué?
-Ya te he dicho que no me importa.
-Me alegro. Aquí tienes mi regalo; ahora ya puedo marcharme.
Se sentó en la cama, se puso los zapatos y cogió el paquete de tabaco que había sobre la mesita, mientras ella lo observaba incrédula.
-¿Por qué no me dices adiós?
-¿Para qué?
-Para no esperarte.
-No lo harás.

viernes, 8 de diciembre de 2006

Con los ojos en blanco

Miras. Vuelves a mirar... y miras de nuevo. Y abandonas cuando ves tras mirar que no ha cambiado, que quizá haya cambiado demasiado. ¿O eres tú? Entonces miras por cuarta vez para no ver que tu línea no se ha movido, tu vida es la misma, y eso no te molesta, te alegra. Pero miras cuatro veces para quitarte de los ojos los deseos frustrados, las promesas compartidas hechas mentiras, todo lo que no es lo que iba a ser. Arrepentimiento. Conciencia, no, gracias. Y levantas la cabeza para demostrarte una vez más que una vez más quedó en un lugar prohibido a los que sueñan. Para mirar al futuro, mirando al miedo. Miras al suelo, y lo mojas del pasado que dejó de mirarte. Miras de una oreja a otra y todo se ha borrado, y alcanzas a tocar sin mirar una sonrisa, el guiño de un ojo... entonces no importa que seas tú, porque si vuelves a mirarle a los ojos, en ese momento dejará de existir. Y miras por último sin pensar en que volverás a mirar cuatro veces... porque has llegado a la quinta mirada.

domingo, 3 de diciembre de 2006

Act

-¿Vienes?
-¿Por qué?
-¿Necesitas una razón?
-Sí, ahora más que nunca.
-¿Por qué ese empeño?
-Dejé de querer; de creer, en ti.
-Ahí tienes la razón que pedías.-La falta de valor le obligaba a obviarse a sí mismo-. ¿Qué hice yo mal para tu desengaño?
-Volar de mí, la decepción soy yo.
-Dame tú ahora una razón.
-La realidad.
-No, la razón eres tú, no huyas a buscar culpables.
-No puedo enfrentarla a mí.
-¿O tú a ella? ¿Yo también soy la realidad?
-Sólo mía.
-Pues, ¿Por qué huiste de mí?
-Tropezaste con tu razón.
-Escapar de uno mismo…