miércoles, 21 de marzo de 2007

Baños privados

De haber sabido qué decir hubiera pasado horas frente al espejo, sentada en la madera del suelo templado, suave… Hubiera comenzado a hablar y se hubiera dejado llevar por la pérdida de la noción de algo que llamamos tiempo, escuchando sólo sus pensamientos, que saldrían por su boca, siendo sonidos que se quedarían en las paredes, esperando que alguien llegara para recogerlos, agazapados en las rendijas que forma el ladrillo, escondidos del mundo (sin saber que esas rendijas eran parte del mundo). Hubiera pasado horas, de haber sabido qué decir. Mirando sus ojos, olvidándose de que existe algo más que ella misma, y sus pensamientos, y el aire que llenaba de vacío la habitación, y los olvidos, y los recuerdos vívidos, y el olor a jabón, y… nada más. Hubiera pasado horas y horas, de haber podido hablar. Asombrándose, estudiándose, analizándose, pensando a su vez en cada fragmento de pensamiento que saliera por sus labios, en cada causa de cada uno de ellos, en todas las conexiones que la llevaban de uno a otro, viéndolos como puentes entre fragmentos de vida, de su vida y de la de los demás, todos y cada uno de los que la habían moldeado o la habían hecho fuerte contra los moldes, ella… De no haber nudo, hubiera estado horas hablando frente al espejo, consigo misma. Disfrutando de la mejor conversación de su vida, de la mejor compañía que le cabía esperar, del mejor momento del día, justo antes de morir… de placer; de haber tenido algo que decir. Hubiera esperado horas a salir del sueño de sus ideas, mirando las cenizas de un vaho frío, que ni llegó a ser vaho (que se joda)… y que ella escribía con b. No, no tendría nada que ver, lo sabía, pero le gustaba ponerse frente al espejo, y hablar. Pensar continuamente en voz alta, pero no hablando después de pensar, sino pensando y hablando al mismo tiempo, las mismas palabras, unas en abstracto, otras en ondas sonoras… y reírse. ¿Qué pasaría si todos hiciéramos lo mismo, incluso al hablar con los otros? Hubiera dicho muchas cosas a su reflejo de haber sido capaz de emitir sonido alguno, paradójicamente, trascendente del gemido, pero no podía. Había pasado meses hablando sin nada qué decir, pues era incapaz de pronunciar palabra alguna salida de sus deseos, y ahora quería hablarle al espejo de metal, pero el espejo era de metal, y ella de agua, de sus lágrimas. Y ya se sabe lo que ocurre en estos casos: él se va de casa, y ella, que es menos ella, se queda con los niños, y sus dedos. El tiempo se ralentiza.

martes, 13 de marzo de 2007

Sesión fotográfica

Era la primera vez que hacía algo así y pensaba en su padre, en lo qué pensaría su padre: puta. Pero no importaba en absoluto, porque su padre era un hijo de puta… por tanto su abuela se convertía automáticamente en la culpable. Otro pedazo de hija de puta. Así, uno a uno, se dio cuenta de que el árbol genealógico de su familia era una gran línea de hijos de puta. Qué palabra más fea, ¿no? ¡Jajajajajajaja! Lo feo era su vida. Si hubiera tenido que resumirla en un color hubiera optado por un verde mohoso y grisáceo, si hubiera tenido que resumirla en un olor hablaría de lo rancio, lo podrido; si hubiera tenido que definirla con un tacto imaginaría un cubo lleno de mierda; si hubiera tenido que compararla con un sonido optaría por los gritos de un cerdo al que sacrifican mientras tú te escondes e intentas olvidar que existes; ¿y el sabor? Pasa la lengua por la piel de ese cerdo. Hay tantos cerdos entre los que elegir… Nadie merecía la pena, ella no merecía la pena. ¿Tú mereces la pena?