domingo, 28 de enero de 2007
Destierros ilícitos
... esto sólo es una canción para niños, menuda mierda papelerERA*.
viernes, 19 de enero de 2007
Incompleto
-Hola.-¿Cómo estás?-conocía la innecesidad de su pregunta, pero notaba la obligación de hacerla, con la esperanza anclada en los ojos de su pasada amistad. Una mueca usurpó las explicaciones, pero la comunicación fue completa. Sólo tomaron un café, y hablaron cuánto la falta de confianza les permitió, el tiempo había interpretado los últimos meses un papel cruel, un estancarse... No, no había sido el tiempo el culpable; la negrura que su encuentro provocó, apagó levemente la confusión: el tiempo no se detiene, el tiempo no pasa, nosotros, nuestras relaciones, lo que nos rodea, lo que rodeamos... todo lo existente, si algo lo es, es objeto de la degradación, la decadencia, el continuo perecer; todo menos el tiempo que se rie de las criaturas que controla. Su amistad ya no lo era, había evolucionado a la aparente indiferencia, que en realidad era malentendido, incompresión, frustración, dolor, negación del conjunto y su individualidad... pero continuaba mostrando al mundo sus dientes, esa boca tan hipócrita que reía para no hablar. Se prohibía dejar salir el veneno que apresaba su vida. El miedo a asentir esa pesadilla bloqueaba todo intento de desahogo, de sinceridad; sabía que decírselo implicaba compartilo, que la otra persona fuera consciente de su consciencia... obviarlo seria lo mejor, a corto plazo. Así sería meses después, cuando apenas pudiera concebir una conversación de más de cinco palabras sin desear gritar a la cara y a los ojos de su amistad, cuánto le echaba de menos, cuánto le necesitaba, todo lo que le odiaba, echarle de su vida y abrazarle como antes, incluso pegarle... lo que fuera a fin de volver a sentir que existe vida en el aire por el que se unen sus palabras.
jueves, 11 de enero de 2007
Milímetros
A eso lo llaman silencio. Escucha mi respiración, y la tuya. Nota la caricia del aire que sale por tu nariz en tus labios. Hablemos bajito, despacio, que nos escuchemos sólo nosotros. Acércate más, pégate a mi, lo escucharás mejor, lo notarás mejor, te oleré mejor. Mmmm... qué bien hueles. Huéleme ¿te gusta? me haces cosquillas en el cuello con tu respiración, suave. Nota la tranquilidad. Hazte chiquito conmigo. ¿Quieres?. Estremécete entre los suspiros del silencio, nota como te haces más bajito y cualquier cosa podría envolverte, abrazarte... Ven conmigo a los brazos del algodón, déjate atrapar por la calidez, sutil. Cada vez somos más pequeños, ponte de cuclillas, agáchate a mi lado para que no nos vean los gigantes. ¿Los ves? Son aburridos, no quieren jugar. Desde ahí arriba no pueden ver las cosas diminutas. Ahora podremos hacer lo que queramos porque nadie nos verá, lléname la boca de chocolate, pruébate. ¿A qué sabes? Desnudémonos los pies, acaricia la tela con la planta, mueve los dedos, déjalos jugar entre ellos, con los míos, con los tuyos. Vamos a mirarnos, o a vernos. Ve las pupilas, se cierran cuando me acercas los ojos. Quédate quieto, ahora acercaré yo mi cara a la tuya, quiero ver como se cierran tus pupilas... la vista, de cerca, muy cerca... voy a contar los poros de la piel que va de tu frente a tu barbilla. Cierra los ojos. No me mires, sólo nota mi respiración recorriendo tu cara, la mezcla de tu olor con el mío, el roce de mis muñecas junto a tus brazos, los restos de sabor a chocolate en tu boca. Quiero más, en mi boca ya sólo encuentro tu sabor. ¿Quieres probarlo? Primero recogeré un poco más del de tu cuello, despacio, dejando que la humedad se enfríe en tu piel, dándole calor después... Pruébalo, cata tu sabor en mi boca. Me gusta pasar de la aspereza a la suavidad sin salir de tu boca, sin que tu lengua deje de acariciar la mía. Voy a secarte los labios, me gusta tocarlos con la punta de mis dedos muy despacio, casi sin tocar. Cierra los ojos de nuevo, quiero estimular el tacto de tus labios, que me reconozcas sólo con meter mi labio inferior entre los tuyos. Ahora tú, mírame. Mírame sabiendo que yo no te veo, nunca sabré lo que estás mirando. Sé que estás cerca, aunque no me toques noto que tu cuerpo quema. Tócame. Pon tu nariz sobre mi párpado, y tu pecho sobre el mío, araña. Voy a acariciarte la espalda en su centro, dame un escalofrío, te lo devolveré.
miércoles, 3 de enero de 2007
Día alguno.
Las baldosas del suelo pasaban fugaces por una mirada que las atravesaba pero no las veía, y ahí mismo el disfraz; su fuerza no alcanzaba a enfrentarse con unos ojos ajenos a los de su espejo, los mismos de los que huía antes de salir de casa. Apretaba en su mano izquierda un pañuelo verde desde algún momento en que lo cogió y ya no recordaba, pero ¿qué importaba eso?; era tan reconfortante el calor y el sudor que le daba a la palma de su mano… Se detuvo bruscamente, como si algo hubiera aparecido ante sus pies y le impidiera moverlos, la cabeza totalmente inclinada hacia abajo, hacia aquello que le había entorpecido y le inmovilizaba; lo vio, era el vacío. Todo lo era, incluso el amor que se había metido hacía un tiempo en algún rincón de ella estaba vacío, suspendido en un ínfimo y obsceno fragmento de aire tan inexistente como aquello a lo que sostenía: ella. Lo ocupa todo, el vacío lo es todo sin llegar a ser nada; infinito e insignificante, impalpable aun siendo nuestra única realidad. Se le desbordaron los ojos de más vacío, le dolían por no poder llorar.
Se obligaba desde ya no recordaba cuándo a no dejar salir una lágrima de su cuerpo; pero ahora lo necesitaba, y ya no era capaz. Y así se expandía su rabia llenándola, ocupando todo aquel vacío como un gas mortífero y cruel. Cruel porque no la mataba, tan sólo la anulaba lentamente, le impedía respirar; estaba dentro de esa nube grisácea sin ver, sin nada que se interpusiera a sus manos por más que se esforzara en alargarlas para encontrar cualquier cosa, cualquier cosa…
¿Y ahora qué? Está en medio de la acera paralizada, de pie, con la nuca totalmente encorvada, los ojos cerrados y las yemas de los dedos rozando el asfalto; el pañuelo verde ha caído al suelo mojado, sucio. A su alrededor la gente pasa efímera, algunos la observan indiferentes, otros evitan mirarla, y una multitud apenas advierte su presencia. No puede estar más sola, ni las lágrimas acuden, incluso el pañuelo la ha abandonado… ¿Y ahora qué? ¿tiene algún lugar al que ir? no; ¿alguien a quién visitar? no; ¿algo que hacer? no; ¿algo en qué pensar?.
Se mantuvo así varios minutos porque era materialmente incapaz de moverse. El movimiento, además, había perdido todo su sentido. ¿Qué sentido pude tener el movimiento en el vacío? Elevó las yemas de los dedos del asfalto e hincó con fuerza sus uñas en las palmas de sus manos; era lo único palpable: sus propias manos en medio de un vacío abandonado.
Volvió a discurrir por el tiempo cuando un espasmo le abrió los párpados, miró al cielo pensando en la extrañeza de lo que hacía: en mitad de la ciudad nadie mira el cielo, nadie se detiene de su ajetreada vida de una forma tan brusca y aparentemente malograda. Hizo un leve gesto de desaprobación, resignación. Recogió el pañuelo del asfalto, dio la vuelta a sus pasos, caminó tras de ellos, entró a la panadería y volvió a casa para continuar con la cotidianidad de su vida.