miércoles, 3 de enero de 2007

Día alguno.

Salió del portal, sin asegurarse de cerrar la puerta e inició su camino con un paso decidido, apresurado, constante; como quién conoce el lugar al que se dirige y sabe que en ese lugar alguien o algo le espera. La lluvia apenas era perceptible pero bastaron unos metros para que su pelo comenzara a humedecerse y su humor a cambiar. Paró un segundo el ritmo de sus pensamientos para recapacitar acerca de las pocas horas que llevaba despierta y notar un enfado que le resultaba ajeno, una alteración en su ánimo que ahora le reconfortaba; esa hostilidad que funciona como placebo a nuestra autoestima, a veces como una sutil euforia disfrazada de felicidad momentánea…

Las baldosas del suelo pasaban fugaces por una mirada que las atravesaba pero no las veía, y ahí mismo el disfraz; su fuerza no alcanzaba a enfrentarse con unos ojos ajenos a los de su espejo, los mismos de los que huía antes de salir de casa. Apretaba en su mano izquierda un pañuelo verde desde algún momento en que lo cogió y ya no recordaba, pero ¿qué importaba eso?; era tan reconfortante el calor y el sudor que le daba a la palma de su mano… Se detuvo bruscamente, como si algo hubiera aparecido ante sus pies y le impidiera moverlos, la cabeza totalmente inclinada hacia abajo, hacia aquello que le había entorpecido y le inmovilizaba; lo vio, era el vacío. Todo lo era, incluso el amor que se había metido hacía un tiempo en algún rincón de ella estaba vacío, suspendido en un ínfimo y obsceno fragmento de aire tan inexistente como aquello a lo que sostenía: ella. Lo ocupa todo, el vacío lo es todo sin llegar a ser nada; infinito e insignificante, impalpable aun siendo nuestra única realidad. Se le desbordaron los ojos de más vacío, le dolían por no poder llorar.

Se obligaba desde ya no recordaba cuándo a no dejar salir una lágrima de su cuerpo; pero ahora lo necesitaba, y ya no era capaz. Y así se expandía su rabia llenándola, ocupando todo aquel vacío como un gas mortífero y cruel. Cruel porque no la mataba, tan sólo la anulaba lentamente, le impedía respirar; estaba dentro de esa nube grisácea sin ver, sin nada que se interpusiera a sus manos por más que se esforzara en alargarlas para encontrar cualquier cosa, cualquier cosa…

¿Y ahora qué? Está en medio de la acera paralizada, de pie, con la nuca totalmente encorvada, los ojos cerrados y las yemas de los dedos rozando el asfalto; el pañuelo verde ha caído al suelo mojado, sucio. A su alrededor la gente pasa efímera, algunos la observan indiferentes, otros evitan mirarla, y una multitud apenas advierte su presencia. No puede estar más sola, ni las lágrimas acuden, incluso el pañuelo la ha abandonado… ¿Y ahora qué? ¿tiene algún lugar al que ir? no; ¿alguien a quién visitar? no; ¿algo que hacer? no; ¿algo en qué pensar?.

Se mantuvo así varios minutos porque era materialmente incapaz de moverse. El movimiento, además, había perdido todo su sentido. ¿Qué sentido pude tener el movimiento en el vacío? Elevó las yemas de los dedos del asfalto e hincó con fuerza sus uñas en las palmas de sus manos; era lo único palpable: sus propias manos en medio de un vacío abandonado.

Volvió a discurrir por el tiempo cuando un espasmo le abrió los párpados, miró al cielo pensando en la extrañeza de lo que hacía: en mitad de la ciudad nadie mira el cielo, nadie se detiene de su ajetreada vida de una forma tan brusca y aparentemente malograda. Hizo un leve gesto de desaprobación, resignación. Recogió el pañuelo del asfalto, dio la vuelta a sus pasos, caminó tras de ellos, entró a la panadería y volvió a casa para continuar con la cotidianidad de su vida.

8 comentarios:

Quique dijo...

El otro día iba en el avión mirando por la ventanilla, cuando nos metimos en medio de una nube. Y miraba y no veía nada, sólo vacío, la más austera sensación de vacío. Tanto era así que los ojos engañaban al cerebro haciendo creer que se veía algo entre las nubes, pero no, sólo brillo aleatorio de mirar con tanta ansia de ver.
Quizá, yo pasaba, en ese momento, por debajo de tu acera.

Esther dijo...

Es bueno saber que el vacío es aparente, y que siempre puede haber alguien sobrevolando las aceras... por debajo? ;)

Anónimo dijo...

"en mitad de la ciudad nadie mira el cielo, nadie se detiene de su ajetreada vida de una forma tan brusca y aparentemente malograda."
Yo me detuve anoche, a la salida de la biblioteca, ahora que hay luna llena. Y lucía una preciosa lunita verde que me hablaba de ti, de mi cuarto que ya es el nuestro, de ruidos de gatos y olor a tranquilidad, a hogar. ¿Qué demonios es la familia? Yo cada vez lo tengo más claro.
A esa fan nº1 tuya no voy a enfrentarme, pues tiene preferencia por antigüedad, pero me alisto en el último puesto, ese que pasa desapercibido, para mirar pequeñita como brillas, Mi artista felina.

Quique dijo...

Por debajo sí. Cuántas cosas quedan debajo de nuestros pies, y vuelan levantando faldas. Estoy en la oficina y suelo dejar las hormonas junto a los sentimientos en la estantería al salir de casa, pero tu guiño azuza la neurona en stan-by que consigue el latido, un poco neutro aun, de mi sanguíneo ( que no sanguinario) órgano.

Esther dijo...

No importa dónde te pongas, sé que no pasarías desapercibida a no ser que te lo propusieras, y aun así te vería, y sino te buscaría...


Kike, me has recordado a ese que nunca lleva el corazón encima por si se lo quitan. Un placer haber estimulado esa neurona.

María dijo...

Escribe algo nuevo, perruna!! Deja de gambitear y al curro! Cawentó!
Tailofiu

Quique dijo...

No es porque me quiten el cerebro, es que no lo suelo necesitar. Un epsilon sin sentimientos :)

Pau dijo...

Los hombres (generalizo, si eso ataca frontalmente a las creencias feministas de alguien, que se joda) somos tan vanidosos que creemos que necesitamos a alguien para poder vivir.

El mundo tal y, como lo conoces, se puede ir a tomar por el culo que tú seguirás viva, sola, pero viva.

Despegarse del apego es algo muy jodido.