sábado, 9 de diciembre de 2006

-Hazlo.
-Pero... ¿por qué?
-Ya está hablado. Y sabes que si no fuera bueno para tí no te lo pediría.
-¿Lo sé?
-¿Me crees?
-Sí.
-Lo sabes. La camiseta, por favor.
No obedeció al instante, continuó mirándolo unos segundos. Él intentaba mostrar seguridad, confianza. Ella no pretendía mostrarle nada; tenía tanto miedo que no sabía fingir. Pero lo hizo: cruzó los brazos, agarrando la prenda por la cintura y elevándola hasta pasarla por su cabeza y quedar un poco más indefensa, un poco menos segura.
-Muy bien. Ahora mírame, no dejes de mirarme.
Alzó la cabeza lentamente, después la mirada . Y lo vio. Él permanecía inmóvil, consumía el cigarro sin apartar los ojos de ella, se olvidaba de pestañear y su cara se había transformado en frío y duro mármol.
-¿No vas a decir nada?
-No.
-¿Por qué?
-¿Hay algo que decir?
-No. Continúa... Ahora el pantalón.
La habitación crecía por momentos, tanto que notaba que por mucho que corriera no podría salir de allí, quizá por eso se quedó totalmente quieta. Había perdido la noción del espacio, y la del tiempo; la suya propia. Sin embargo comenzaba a notar la brutal hostilidad que produce el miedo, la fuerza con que dota tras debilitar.
-¿Es necesario? Piénsalo...
-...
-No, ni tú ni yo tenemos tal necesidad.
-Tú sí.
-¿Necesidad? No.
-Si no lo fuera no estarías temblando.
Entonces desabrochó el botón de los vaqueros, imitando mentiras con los dedos. Bajó la cremallera y los deslizó por sus piernas hasta dejarlos en el suelo. Liberó sus pies, convertidos en lo único que era capaz de mirar.
-Ya está...
-Eres preciosa.
-Cállate.
-¿Qué?
-¡Que te calles joder!
Escuchó los huesos de su cara crujir, incluso sintió el dolor de un golpe... pero tan sólo fueron tres palabras. Heroicamente, se obligó a no perder la firmeza por los ojos. Encendió otro cigarrillo...
-Al menos podrías haberme mirado a los ojos.
-Te hubiera dolido más.
-Gracias por seguir queriéndome.
-¿Cuánto hace?
-No sé.
-Yo tampoco lo recuerdo.
-¿Y eso qué importa?
-Nada. No he dicho que importase.
-¿Me quieres?
-Sí, creo...
-No puedo quejarme; el sí ha salido primero.
-Pero continúas.
-El motivo es el mismo.
-Te equivocas. Tú no haces esto porque me ames.
-No. Pero te quiero.
-Durará poco.
-Sí. Sigue por favor.
-Ya no me importa...
No era resignación, pero sabía lo que decía su cara porque él sentía lo mismo. Completamente desnuda, pequeña, insignificante, frágil, temblorosa, sóla, y prendida, por un hilo, de un trozo de duda... pero levantó la cabeza y volvió a mirarlo; su cara había cambiado, ya no era mármol, ya no era frío, ni duro...
-¿Te sientes mejor?
-Sí.
-¿Por qué?
-Ya te he dicho que no me importa.
-Me alegro. Aquí tienes mi regalo; ahora ya puedo marcharme.
Se sentó en la cama, se puso los zapatos y cogió el paquete de tabaco que había sobre la mesita, mientras ella lo observaba incrédula.
-¿Por qué no me dices adiós?
-¿Para qué?
-Para no esperarte.
-No lo harás.

3 comentarios:

María dijo...

Encantada de haber paseado entre las líneas de cuerpo y de tu mente... vaya, compañera, es increíble el zumo que se puede extraer de una naranja alicantina... Cuando creías que era imposible que mejorara, que ya no saldría ni una gota más, te sorprende con un vaso lleno, con azúcar y vinagre incluídos.
Gracias por todo, no tengo palabras.

Esther dijo...

¿Cómo que gracias por todo? comienza a encargarte de llevarme el zumo de naranja recién exprimido todas las mañanas a la cama, y luego ya veremos...

A modo Vic: ailoviu

Anónimo dijo...

ME ENCANTA